sábado, 17 de octubre de 2020

EL 17 DE OCTUBRE DE 1945. ENTRE LA MEMORIA Y LA HISTORIA.

 

 

EL 17 DE OCTUBRE DE 1945. ENTRE LA MEMORIA Y LA HISTORIA.

Juan Carlos Cantoni

 

 

¡Cielito, cielo que sí!

¡Cielito del 17!

¡Cielito del General!

                                                                                                                            Que cumple lo que promete!

 

Agüita que vas corriendo

Repara mi condición.

Liberada de mis males

Por Evita y por Perón

 

Tengo todo. Humilde sigo.

Por eso guardo mi fe.

Si el General me lo ordena

“Presente!”, contestaré.

  Anónimas[1]

 


 

                Estas coplas, por su carácter anónimo, son un producto folklórico, vale decir,  de auténtica creación popular. Tienen características similares a las coplas y cantares históricos del siglo XIX. Cantares que nuestra  literatura registra y nuestros antropólogos y folkloristas rescatan y estudian como  evidencia  del sentir y pensar popular. Tienen además otro valor, el que le confiere la historia cuando se piensa  y se escribe desde la base de ese actor colectivo, que llamamos pueblo. Estos materiales no son  solo componentes pintorescos sino  legítimas fuentes  de la expresión colectiva de quienes fueron testigos y actores anónimos, pero reales, del 17 de octubre de 1945..

 

            Nuestra intención es abordar el tema del 17, teniendo en cuenta el carácter de acontecimiento cuya trascendencia histórica, ha movido a intensos debates. Estos debates han sido sesgados por distintas ópticas ideológicas, casi siempre destinados a dar explicación, a resultados políticos negativos. Los distintos puntos de vista de los “varios  antiperonismos  pretenden encontrar en el acto originario del movimiento,  una auto justificación de sus fracasos políticos.

            Frente a estas actitudes las producciones peronistas encuentran en el 17 la exaltación triunfal, del hecho originario del proyecto nacional y popular, de independencia  económica y transformación social. Por esa razón  el peronismo dio al 17 de octubre el valor de un  hecho fundacional, que sus opositores  consideraron “mito” entre muchos otros,  construidos deliberadamente y al servicio de políticas de  “manipulación de masas.”

            Consideraremos inicialmente algunos testimonios, visión de “testigos calificados” por su condición de historiadores; para más adelante: las “teorías explicativas”  emergentes de la consideración de los hechos en su trascendencia y como constitución de la “identidad popular”

            Es frecuente en la historiografía, apelar al testimonio de los actores políticos, obreros, empresarios, etc, para indagar acerca de las “intencionalidades”  y proyectos sectoriales que eclosionaron en aquel 17 de octubre de 1945.  

            Reproducirlos aquí, excede los límites de este trabajo. No obstante  
corresponde señalar que, en su mayoría reflejan dos aspectos que han dado pie a distintas interpretaciones del acontecimiento. Por un lado marcan la sorpresa y hasta el estupor por la presencia de “esas multitudes” desfilando por las calles céntricas de Buenos Aires;  por otro,  el carácter  espontáneo de su movilización.

            No era la primera vez que las “multitudes” ocupaban el espacio público del centro,  si se recuerdan la ocupación de la Plaza para escuchar la palabra de Uriburu en septiembre de 1930, o en el acompañamiento de los restos de Yrigoyen en su sepelio. Lo que en este caso asombraba era su carácter espontáneo, festivo y fundamentalmente su composición social. Una franja que surgía de los suburbios industriales de la Argentina en transformación, y que,  para muchos,  era el inicio triunfal de una revolución  en paz; para otros la súbita reaparición de una “barbarie” no redimida y ominosa. Vale la pena transcribir la apreciación de un intelectual de la época, visión a la que se mantuvo fiel hasta su muerte:

 

           “Era así mismo la Mazorca, pues salió de los frigoríficos como la otra salió de los saladeros. Eran las mismas huestes de Rosas ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de aquel tirano (…) Y aquellos siniestros demonios de la llanura que Sarmiento describió en el Facundo, no habían perecido. Están vivos en este instante y aplicados a la misma tarea, pero bajo techo en empresas muchísimo mayor que las de Rosas, Anchorena, Terrero y Urquiza. El 17 de octubre salieron a pedir cuenta de su cautiverio, a exigir un lugar al sol, y aparecieron con sus cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con una San Bartolomé del barrio norte. Sentimos escalofríos  viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles que amenazaban con tomarse una revancha  terrible”  [2]

 

            Seleccionamos el testimonio de tres historiadores, no como quienes reconstruyeron con interés científico la historia contemporánea de los argentinos, sino en su calidad de contemporáneos de  aquellos días.

            De sus testimonios es posible rescatar su visión, cómo vivieron, cómo experimentaron  un tempo cuya magnitud y trascendencia histórica no estaban en condiciones de dimensionar.

             Muchos de nuestros historiadores han incursionado en la autobiografía, desde el Deán Funes hasta Tulio Halperin Donghi, pasando por Vicente Fidel López, Carlos Ibarguren, Ramón Cárcano, José Maria Rosa o Julio Irazusta, entre otros.  Desde sus escritos se plantea un desafío  a la interpretación y rescate de lo que realmente les impactó de su tiempo y lo que proyectan sobre el mismo desde su condición profesional. No obstante tienen un innegable valor historiográfico, merecedor de un estudio que también excede los límites de este trabajo.

            Ahora bien, de acuerdo con el tema, hemos elegido a José María Rosa[3], Felix Luna[4] y Tulio Halperin Donghi.[5]

            Una ubicación temporal de los autores con respecto al año de 1945, nos permite inicialmente identificar su condición generacional y su nivel de formación alcanzado.        


Así,  José Maria Rosa  había nacido en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906, en el seno de una familia patricia, fuertemente vinculada a la tradición roquista. En octubre de 1945, a los 39 años  se desempeñaba como abogado, titulo que había obtenido en 1926. Su trayectoria en el foro y en la justicia lo llevó a participar en la intervención a la provincia de  Mendoza  durante el gobierno de Uriburu. En  Santa Fé también se desempeñó en la enseñanza  universitaria y en la Justicia. Por aquellos años militó en las filas del Partido Demócrata Progresista de Santa Fe. A fines de la década de los ´30, ya identificado con el nacionalismo, publicó sus primeras obras. En 1938 se vinculó con los grupos “federalistas”, núcleos originarios del revisionismo histórico santafesino, y de allí comenzó su carrera como historiador  “heterodoxo” frente a la hegemonía de la historiografía liberal mitrista.

            Desde esta posición militante,  ejerció el periodismo y se vinculó con los grupos nacionalistas que apoyaron  al gobierno militar del 4 de junio de 1943. Hasta el 17 de octubre, Rosa  estuvo del lado de los nacionalistas que se enfrentaron  a Perón, que encabezaba la fracción rupturista del GOU, en relación con la política neutralista ante  el conflicto bélico. La posición de tales grupos en  la dinámica política del momento los acercaba  a los liberales  y comunistas, sus opositores acérrimos  que combatían a los militares por “nazi fascistas”. Dice Rosa:

 

“(…) Encontré a los compañeros caídos de ánimo; yo también lo estaba. Algunos habían tomado la posición antiperonista; yo les recomendaba esperar a que se desenvolvieran las cosas. No creía en la sinceridad de ese maridaje con radicales y liberales que hacia el gobierno, si fuera así no iría muy lejos. Los liberales (de derecha, de centro, de izquierda: es decir la oligarquía, los radicales, los socialistas y los comunistas) no podían estar con Perón. Vivian virtualmente en la guerra, y para ellos el gobierno militar era la “ocupación nazi”, y pronto llegaría la “liberación” por más pasto que Perón quisiera darles.(…)”[6]

(…)Como no podía convencer a mis amigos, que publicaban periódicos y volantes  contra Perón sumándose inconcientemente a la oligarquía; ni tampoco defenderlo a Perón porque las puertas del gobierno estaba estrictamente cerradas a los que nos habíamos denominado “nacionalistas” (no así los forjistas nacionalistas, ni a los radicales que por obra de Jauretche, empezaban a descubrir que no todo era nazismo, ni totalitarismo en lo que decíamos) Me sumergí en el estudio”[7]

 

                Un paso al costado hasta la sacudida del 17. En el ínterin Rosa, recuerda haber conocido en el Jockey Club,  cuya biblioteca y baños turcos frecuentaba, al embajador Spruille Braden, ya en plena misión   para “acabar con el nazismo”. Cuenta Rosa:

 

“(…) Braden era un hombre de estatura mediana, anormalmente adiposo, que hablaba perfectamente español pues había pasado años en Chile donde tenía una famosa mina de cobre, y era casado con una chilena. Conversaba hasta por los codos  y con cualquiera. Por descontado no sabía quien era yo, ni como pensaba, pero al encontrarse a solas con un socio del Club en el baño de calor, le habló largamente “del peligro de los nazis” (así llamaba a los nacionalistas, a quienes debía anular, porque en el mundo  no había nada más que dos patrias:”la democracia y el totalitarismo”; no había fronteras sino ideologías opuestas. Lo dejé hablar, por supuesto. Esa misma idea la he oído muchas veces en otras bocas – a veces de argentinos – aunque no se referían a los nazis sino a otras ideologías”[8]

 

            De la Marcha Por la Libertad y la Constitución, no recuerda haberla


presenciado; supone” que debió ser muy concurrida” por quienes  olvidaban sus viejos agravios” políticos e ideológicos,  marchando del brazo  “(…) bajo grandes estandartes con las efigies de Rivadavia, Sarmiento, Urquiza, Echeverría.  Automóviles conducidos por jóvenes llevaban gente a la concentración  con carteles que anunciaban la “Marcha…”. 

            La movilización de todo el espectro liberal sumado a sus “aliados” comunistas, agregada a la presión de los medios, los pronunciamientos de las clases “decentes”[9] y por último, la prisión de Perón y la posible constitución de un gobierno civil  de “notables” de la mano de la  Suprema Corte de Justicia, pareció indicar  a los grupos nacionalistas el fin de sus proyectos de “nueva república”. Pero

 

“(…) Y de repente, inesperadamente, el 17 de octubre. (…)Cuando se produjo el 17 de octubre y empezamos a ver en la avenida de Mayo una multitud de descamisados, muchos de los cuales  habían cruzado el Riachuelo a nado, nos  empezó a volver el optimismo. ¿Qué era eso? Ese país no existía antes. El país éramos solo nosotros, de la alta, media o baja clase media. Estaban gritando nuestras consignas “ Patria sí, colonia no!” No imaginábamos  que esa gente pudiera ser nacionalista como nosotros. Nos entusiasmamos. Recuerdo que,  ya de noche, estábamos  un grupo de nacionalistas y forjistas en Bolívar y Avenida de Mayo, viendo pasar a esa gente zaparrastrosa que se lavaba los pies en las fuentes de la plaza. Y cantaban y bailaban.(…) Esa gente, que parecía exteriormente tan distinta a nosotros, era nuestra gente. La de la historia y la de siempre. Alguno propuso que nos integráramos con ellos, que fuéramos a cantar y a bailar. Unos no querían, decían que era artificial. Que aquello no era auténtico, sino gente de Perón pagada por la Secretaría de Trabajo. Otros que era un carnaval. Creo que fue Jauretche quien aclaró:”Si fuera un carnaval estarían tristes, porque todos los carnavales son tristes. Y esto es alegre es otro cosa”. La mayoría nos fuimos a bailar con las grasitas y los grasitas. Y a pedir que volviese Perón, cosa que mucho no deseábamos momentos antes, pero la emoción del pueblo nos ganó.(…)”[10]

 

 

            Félix Luna, había nacido en Buenos Aires, también en el seno de una


familia tradicional de La Rioja,  y  muy comprometida con la historia local del Radicalismo. Su abuelo había sido fundador de la UCR en La Rioja y él era sobrino de Pelagio Luna, ex vicepresidente de Yrigoyen. Si bien es cierto que Luna solía tomar con bastante humor su genealogía, que entre leyendas y verdades lo proyectaba hasta los tiempos de la conquista española, no es menos cierta la reafirmación continua a su prosapia radical.

De hecho en 1945 con 20 años cumplidos (había nacido el 20 de septiembre de 1925) y en los comienzos de su carrera universitaria, lo encontramos activamente militando  en las líneas de la  Intransigencia y Renovación surgidas de la Declaración de Avellaneda,  de reciente gestación.(4 de abril de 1945). En noviembre  se constituiría como Movimiento de Intransigencia y Renovación  con posturas críticas a las políticas del viejo radicalismo  unionista,  a su vez de raíz  alvearista. Sin pertenecer al Movimiento pero simpatizando con sus planteos será esa la misma posición del líder cordobés Amadeo Sabattini. [11]

            Era un sector de la juventud radical, que si bien mantenía su enfrentamiento con el gobierno militar surgido el 4 de junio, rechazaban la política seguida por Perón y a la de la conducción del partido que para combatir a lo militares buscaba alianzas con los sectores mas reaccionarios de la vieja Concordancia y aun con los comunistas, reproduciendo lo que Yrigoyen alguna vez había definido como “contubernio”.

Cuenta Luna.

 

“(…) Yrigoyenistas perros: eso éramos. Nuestro Coran era “El pensamiento escrito de Yrigoyen”  de Gabriel del Mazo,  y Amadeo Sabattini era nuestro profeta. Nos fascinaba la limpia trayectoria de Don Hipólito, su intransigencia y su misterio. El 3 de julio [1945] fuimos, apenas abrieron la Recoleta, a rendirle homenaje como si fuera un padre muerto hace unos días; después nos enteramos que los forjistas de Jauretche y los muchachos del Comité Nacional se habían trompeado al lado mismo del mausoleo.

Solíamos andar por la Casa Radical como perdidos, entre bolches y unionistas, que nos miraban con lástima o con bronca. Instintivamente sabíamos que en la lucha  contra la dictadura caminábamos en malas compañías. Y entonces nos íbamos al “Pepe Arias” o al “Mare Nostrum” a hablar mal de los figurones o a lamentar que Pueyrredón [Honorio] se estuviera muriendo. A veces nos dejábamos arrastrar por las manifestaciones. Tomábamos una manifestación que nos dejaba en Florida y Corrientes y después nos embarcábamos en otra para descender en la Facultad… Volvíamos roncos y felices  de habernos desahogados, pero algo nos decía que las chicas que habían ido del brazo con nosotros por un cuarto de hora, desatadas y audaces, los caballeros de rostros enrojecidos por el placer de putear a Perón, los niños bien  que habíamos descubierto entre la multitud, no eran precisamente el pueblo que buscábamos. Faltaban curdas, sobraban voces que sabían cantar La Marsellesa demasiado correctamente.(…)”[12]

 

            La resistencia al gobierno militar  aumentaba  en proporción directa a sus vacilaciones, en creciente debilidad; ambas cosas aparecían  cada vez más vinculadas con la descarada intervención  de Braden  en la política interna. El 29 de agosto de 1945 y al ser designado Secretario de Estado en su país, Braden fue agasajado con un almuerzo de despedida en el Plaza Hotel,  con  la entusiasta concurrencia del todo Buenos Aires. En dicho acto Braden pronunció uno de los discursos más insolentes y lesivos para los que se puede tolerar de un embajador extranjero. 

            Pocos días antes,  el Gobierno había intentado acercar a miembros  civiles nombrando a H. Quijano (radical) como ministro. No obstante ello,  en las manifestaciones  cada vez más agudas no parecían  existir “oficialistas”.

Cuenta Luna:

 

“(…)No había peronistas. Al menos no conocíamos ninguno. En la Facultad, en FUBA en los grupos juveniles del partido era lógico que no los hubiera. Pero es que tampoco los encontrábamos en otros lados. Y llegamos a convencernos de que no existían; que ningún argentino ni ebrio ni dormido podía ser tan miserable que estuviera con la dictadura nazi fascista…(…)

(…)Cuando íbamos en tranvía nos fijábamos en la solapa de los pasajeros  y descubríamos,  felices, las moneditas con la efigie de la Libertad que lucían algunos. Y no podíamos detectar, lo juro, a los que portaban el “DL-DL” con que se distinguían los adictos a la dictadura. Mirábamos con lástima a los contados cadetes  que eran osados de andar los domingos por Santa Fe, a tomar el te con sus novias en la “América” o en la “Santa Unión”. Sí, no había peronistas. O si los había ¿dónde estaban?. Uno iba al cine y cuando salía Farrell la sala se venía abajo de silbidos y patadas y tenían que cortar el noticiario para que terminara el escándalo; uno salía con una chica y resultaba que era furibunda luchadora  por la Libertad y la Democracia y había encabezado la huelga en su colegio o copiaba volantes contra el gobierno en su oficina. ¿Dónde estaban? ¿Existían? 

Hablábamos de eso en el café  frente a la Facultad (…) Cruzábamos apuestas sobre la caída de la dictadura. ¿En seguida de la Marcha? ¿En un mes? ¿Antes de fin de año?(…)”[13]

 

                Los acontecimientos se precipitaron. La “Marcha por la Constitución y


la Libertad”
(19 de septiembre de 1945) no provocó la caída del gobierno militar que ya había prometido elecciones para restablecer el sistema constitucional. La Marcha era la demostración clara de lo que sería más tarde la  Unión  Democrática y a su vez,  de la composición social  de la misma. La Marcha agudizo la crisis militar; el sector liderado por Avalos en Campo de Mayo provocó la caída de Perón y su encarcelamiento. (8 de octubre) La reacción se produjo el 17.

Cuenta Luna:

 

(…) Bueno, ahí estaban. Como si hubieran querido mostrar todo su poder, para que nadie dudara de que realmente existían. Allí estaban por toda la ciudad, pululaban en grupos que parecían el mismo grupo multiplicado por centenares.

Los mirábamos desde la vereda, con un sentimiento parecido a la compasión. ¿De dónde salían?¿Entonces existían? ¿Tantos? ¿Tan diferentes a nosotros? ¿Realmente venían a pié desde esos suburbios cuyos nombres componían una vaga geografía desconocida, una “terra incognita”  por la que nunca habíamos andado? ¿Sería posible que los moviese el nombre de ese hombre, el aborrecido, el sonriente monologuista que hacía apalear estudiantes, metía presos a los jueces, cerraba diarios, clausuraba universidades? Nos parecía increíble todo eso y las columnas que marchaban, cada vez más espesas, cada vez más impresionantes en su frenesí, se nos figuraban por momentos ejércitos de fantasmas, zombis  conducidos  por un anónimo comando de hombres con los duros rostros y los precisos gestos de los nazis de las películas…

           Habíamos recorrido todos esos días los lugares donde se debatían preocupaciones como las nuestras. Nos habíamos movido en mapa conocido, familiar: la Facultad, la Recoleta en el entierro de Salmún Feijoo, la Plaza San Martín, la Casa Radical. Todo,  hasta entonces era coherente y lógico; todo apoyaba nuestras propias creencias. Pero ese día, cuando empezaron a estallar las voces y a desfilar las columnas de rostros anónimos color tierra, sentimos vacilar algo que hasta entonces había sido inconmovible. Y nos preguntamos, apenas por un instante, si no tendrían razón ellos, los extraños, los que pasaban y pasaban, y seguían pasando sin siquiera mirarnos, coreando sus estribillos y sus cantos lanzando como una explosión el rotundo nombre de aquel hombre.

           Sin embargo no alcanzamos a dudar. Simplemente pensamos que era una lástima tanta buena gente defendiendo una mala causa. Piadosamente  los contemplamos, aplastados bajo el rigor de la baja presión. Y después nos fuimos a seguir recorriendo el mapa de siempre, ahora alterado por cierta extraña soledad.. Recién cuando escuchamos  la voz desde la radio, catapultada por una tormenta de rugidos, nos dimos cuenta de que algo estaba pasando en el país. Pero como no entendimos que era, exactamente lo que pasaba, nos quedamos mirando sobradoramente desde la vereda. Así diez años más.(…)”[14]   

 

Tulio Halperin Donghi es el otro historiador que citamos desde sus memorias. Era el más joven de los tres, aunque de la misma generación de Luna. En aquellos días  de octubre de 1945 contaba con 18 años. (Había nacido el 27 de octubre de l926). Provenía de una familia de origen inmigrante, de clase media porteña, de docentes comprometidos con los perfiles identitarios en la tradición  del “viejo y glorioso” Partido Socialista. En 1944 egresaba del Colegio Nacional Buenos Aires y en 1945 iniciaba su carrera universitaria. Según refiere,  su opción por la Historia fue en 1947, pero eso es otro tema.

            En el registro de los años 1944 y 45 las memorias de Halperin trasuntan el clima politizado que vivía en su ambiente familiar y en su vida estudiantil. Sus padres, en tantos docentes del Instituto Nacional del Profesorado Secundario (actual Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquin V. González”) vivieron los avatares de la docencia “laica” y  “liberal” afectada por la conducción “nazi-clerical”  de la educación.

Cuenta:

“(…) Cuando ingresé en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, para cursar en ella la carrera de Química, el entero aparato educativo oficial estaba emergiendo de la pasada tormenta; mientras mi antiguo colegio había ya recuperado su nombre, y tanto las víctimas del paso del Dr. Olmedo por el Consejo Nacional de Educación cuanto los firmantes del manifiesto de octubre de 1943 destituidos entonces de sus cargos   se encontraban nuevamente en posesión de ellos, en la Universidad de Buenos Aires, del mismo modo que en las restantes de la nación, había comenzado ya el proceso que debía devolver su gobierno a autoridades elegidas siguiendo las normas fijadas en sus respectivos estatutos, y muy pronto la derrota sufrida en la elección de rector por la candidatura de guerra de Bernardo Houssay, el más ilustre de los profesores sancionados con la cesantía después de firmar el manifiesto  de octubre de 1943, iba a confirmar que – tal como había previsto el Doctor José Arce, cuyo consejo había decidido al coronel Perón [sic] a arrojar todo el peso de su influencia  a favor de esa solución del problema universitario- los cuerpos representativos surgidos de ese proceso aspiraban por encima de todo a mantener relaciones normales con un gobierno que por su parte, acababa de dar pruebas muy convincentes  de que, tras renunciar a sus recientes veleidades refundacionales, tampoco aspiraba ya a otra cosa. (…)[15]

 

Un nuevo “clima” político parecía indicar el comienzo de la retirada del gobierno “nazi-fascista”; para lo que sugiere Halperin,   no era ajeno a tal situación el desarrollo  de la Guerra que  anunciaba el “ineludible triunfo”  de los aliados. Todas las fuerzas democráticas parecían seguir el ejemplo de la “Gran Alianza”, superar las viejas diferencias y aunar esfuerzos para terminar con el brote totalitario en estas regiones. Relata Halperin:

 

(…) No ha de sorprender entonces que al revelar  el régimen militar que don Antonio Santamarina y la señora Berta Perelstein de Braslavshy se habían puesto a la cabeza de un  complot cuyo objetivo era arrojar desde un avión  previamente secuestrado con ese propósito miles de volantes  convocando a los porteños a unirse a la resistencia, la inesperada alianza  de ese gran hacendado y caudillo conservador y la fogueada militante comunista fuera atribuida a la impresión  que estaba causando en aquel épico avance del Ejército Rojo, que comenzando a orillas del Volga estaba ya cercano a abrir sobre las ruinas de Berlín  un nuevo capítulo en la historia de la humanidad, más bien que la alarma que hubiera podido inspirarle el surgimiento de un enemigo doméstico potencialmente más peligroso que el comunista. (…)”2

 

La aguda observación de Halperin, parece más una apreciación del historiador que relata desde su presente, el pasado, que una impresión  suya contemporánea. No caben dudas que en las inquietudes de Santamarina pesaba más el estatuto del Peón aprobado poco antes,  que las “fogosidades” de  Braslavsky, quien por otra parte tampoco entendió la lógica de tal Estatuto… Se estaba incubando la futura Unión Democrática.

Participó, como es obvio, en  la “Marcha  por la Constitución y la Libertad” realizada el 19 de setiembre en la que “…en la ceremonia  en la que por centenares de miles juramos  derramar hasta la última gota de nuestra sangre en defensa de la Constitución y la libertad…”  sin advertir en ese entonces  que en dicha ceremonia había algo de irreal.

En este marco  de resistencias se inscribe la  universitaria con las consiguientes asambleas y tomas de  facultades. En una de ellas participó nuestro historiador; ocurrió en los primeros días de octubre y en la toma de la Facultad de Ciencias Exactas, tres días de ocupación y la consiguiente represión policial que los confinó a todos en las mazmorras en el cuadro quinto de Devoto, que los “compañeros” comunistas parecieran identificarse  con discursos  y canciones de la Guerra Civil española, y con el famoso “Quinto Regimiento”.

 

“(…)Cuando finalmente nos dejaron en libertad descubrimos que la situación se había hecho  en  efecto fluida, y que, tal como lo había anticipado la noche anterior un rumor carcelario, Perón acababa de renunciar a todos sus cargos en el gobierno. Pero esas renuncias, que venían a ser el primer efecto importante de la entrada del conflicto entre el gobierno y la oposición  en su etapa crítica, no habían alcanzado a determinar cuál sería su desenlace, y el temple reinante en las filas de esta última, por lo que pude percibir en ese momento, parecía estar caracterizado por el desconcierto , en lo que probablemente no se diferenciaba demasiado del que había de dominar en las opuestas (…) pag.159

 

El 12 de octubre participó en la concentración  democrática frente al Círculo Militar, para pedir el traspaso del Gobierno a la Corte. Hubo escasa, (“decepcionante” dice Halperin) asistencia;  si, hubo tiroteos posteriores  y alguna dama””…que golpeó con su paraguas a uno de los oficiales que había salido a tomar aire…” Hubo pesimismo por la continuidad del proceso y los rumores de que los estudiantes serían nuevamente encarcelados. Por ello mucho decidieron esconderse “en casa de algunos parientes”. En el ínterin se produjo e el 17 de octubre:

           

            “(…)pero ya antes del 17 estaba de vuelta en casa, y desde ella vi marchar por Santa Fé, el 18 algunos rezagados celebrantes de su victoria del día anterior, que lo hacían con la lentitud esperable de quienes habían dejado atrás una agotadora jornada de largas caminatas y fuertes emociones. Unos días más tarde el recrudecimiento del mismo rumor me hizo volver a mi refugio; esta vez solo por una noche porque en el clima menos alborotado pero no por eso menos optimista que luego del 17 se instaló  en la que aún gustaba de celebrarse a si misma  como la resistencia los rumores de esa índole encontraban un eco cada vez más efímero (…)”pag.162.

 

Es todo lo que recuerda sobre el 17 de octubre.

 

Existen muchos otros testimonios y “memorias” del 17 de Octubre; reflejan el sentir de “actores y espectadores” del acontecimiento social y político del siglo XX en el que se inicia un proceso inacabado de transformaciones de la Argentina liberal tradicionalista, oligárquica y dependiente. Transformaciones aún pendientes.

El “recuerdo” de los historiadores citados sirva para rememorarlas…



[1] Fueron recogidas en una breve antología publicada en “Democracia”  del 22 de febrero de 1951, en conmemoración del 24 de febrero de 1946, triunfo de Perón sobre Braden, bajo el título “El amor como la guerra lo hace el criollo con canciones…”.  Reeditadas en “Cancionero de Perón y Eva Perón”,  antología publicada por Grupo Editor de Buenos Aires en 1966 y realizada por Luis Soler Cañas.

[2] MARTINEZ ESTRADA, Ezequiel “¿Qué es esto? Catilinarias”. Buenos Aires, Lautaro, 1956. pag.32

[3] Los testimonios de José María Rosa estan tomados de Pablo J, HERNANDEZ.”Conversaciones con José M. Rosa”  Buenos Aires, Colihue-Hachette,1978. 118-120pp., también “Historia Argentina” Tomo XIII, 191-193pp.Allí Rosa registra anécdotas y otras palabras de A Jauretche. También reproducido en MANSON, Enrique, “José Maria Rosa, el historiador del pueblo”, Buenos Aires, Cicus, 2008,pag.148. [en adelante “Conversaciones”]

[4] Los testimonios de  Luna están tomados de Felix LUNA, “EL 45. Crónica de un año decisivo”., Buenos Aires, Jorge Alvarez,1969, 397-98 pp. [en adelante “El 45”]

[5] Los testimonios de Halperin están tomados de Tulio HALPERIN DONGHI “Son memorias” Buenos Aires, Siglo XXI, 2008 .139-163 pp.[ en adelante “Memorias”]

[6] “Conversaciones” pag118

[7] IBIDEM

[8] IBIDEN, pag.119

[9] Repárese en la mención de Rosa al traslado de gente a la Marcha en automóviles. Al parecer la imagen de los manifestantes motorizados fue creación del diario La Epoca   de Eduardo Colom. Vide MANSON, op. Cit. Pag.139

[10] “Conversaciones”, pag.120

[11] Integraron  el movimiento jóvenes radicales Yrigoyenistas entre los que sobresalían Moisés Lebensohn, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Crisólogo Larralde,Oscar Alende, Rodolfo Rabanaque Caballero, Arturo Illia, Francisco Rabanal entre otros.

[12] “El 45”,pag. 137.

[13] IBIDEM  pag. 243.

[14] IBIDEM 397-398pp.[subr.nuestro]

[15] “Son memorias” pag.133

2 IDEM , 141

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