EL 17 DE OCTUBRE DE 1945. ENTRE
Juan Carlos Cantoni
¡Cielito, cielo que sí!
¡Cielito del 17!
¡Cielito del General!
Que cumple lo que promete!
Agüita que vas corriendo
Repara mi condición.
Liberada de mis males
Por Evita y por Perón
Tengo todo. Humilde sigo.
Por eso guardo mi fe.
Si el General me lo ordena
“Presente!”, contestaré.
Anónimas[1]
Estas coplas, por su carácter anónimo, son un producto folklórico, vale
decir, de auténtica creación popular.
Tienen características similares a las coplas y cantares históricos del siglo
XIX. Cantares que nuestra literatura
registra y nuestros antropólogos y folkloristas rescatan y estudian como evidencia
del sentir y pensar popular. Tienen además otro valor, el que le
confiere la historia cuando se piensa y
se escribe desde la base de ese actor colectivo, que llamamos pueblo. Estos materiales no son solo componentes pintorescos sino legítimas fuentes de la expresión colectiva de quienes fueron
testigos y actores anónimos, pero reales, del 17 de octubre de 1945..
Nuestra intención es abordar el tema
del 17, teniendo en cuenta el carácter de acontecimiento cuya trascendencia
histórica, ha movido a intensos debates. Estos debates han sido sesgados por
distintas ópticas ideológicas, casi siempre destinados a dar explicación, a resultados políticos
negativos. Los distintos puntos de vista de los “varios” antiperonismos pretenden encontrar en el acto originario del
movimiento, una auto justificación de
sus fracasos políticos.
Frente a estas actitudes las
producciones peronistas encuentran en el 17 la exaltación triunfal, del hecho
originario del proyecto nacional y popular, de independencia económica y transformación social. Por esa
razón el peronismo dio al 17 de octubre
el valor de un hecho fundacional, que
sus opositores consideraron “mito” entre
muchos otros, construidos
deliberadamente y al servicio de políticas de
“manipulación de masas.”
Consideraremos inicialmente algunos
testimonios, visión de “testigos calificados” por su condición de
historiadores; para más adelante: las “teorías explicativas” emergentes de la consideración de los hechos
en su trascendencia y como constitución de la “identidad popular”
No era la primera vez que las
“multitudes” ocupaban el espacio público del centro, si se recuerdan la ocupación de la Plaza para
escuchar la palabra de Uriburu en septiembre de 1930, o en el acompañamiento de
los restos de Yrigoyen en su sepelio. Lo que en este caso asombraba era su
carácter espontáneo, festivo y fundamentalmente su composición social. Una
franja que surgía de los suburbios industriales de la Argentina en
transformación, y que, para muchos, era el inicio triunfal de una revolución en paz; para otros la súbita reaparición de
una “barbarie” no redimida y ominosa. Vale la pena transcribir la apreciación
de un intelectual de la época, visión a la que se mantuvo fiel hasta su muerte:
“Era así mismo la Mazorca, pues salió de los
frigoríficos como la otra salió de los saladeros. Eran las mismas huestes de
Rosas ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de
aquel tirano (…) Y aquellos siniestros demonios de la llanura que Sarmiento
describió en el Facundo, no habían perecido. Están vivos en este instante y
aplicados a la misma tarea, pero bajo techo en empresas muchísimo mayor que las
de Rosas, Anchorena, Terrero y Urquiza. El 17 de octubre salieron a pedir
cuenta de su cautiverio, a exigir un lugar al sol, y aparecieron con sus
cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con una San Bartolomé del
barrio norte. Sentimos escalofríos
viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa con carteles que amenazaban
con tomarse una revancha terrible” [2]
Seleccionamos el testimonio de tres
historiadores, no como quienes reconstruyeron con interés científico la
historia contemporánea de los argentinos, sino en su calidad de contemporáneos
de aquellos días.
De sus testimonios es posible rescatar
su visión, cómo vivieron, cómo experimentaron
un tempo cuya magnitud y
trascendencia histórica no estaban en condiciones de dimensionar.
Muchos de nuestros historiadores han
incursionado en la autobiografía, desde el Deán Funes hasta Tulio Halperin Donghi,
pasando por Vicente Fidel López, Carlos Ibarguren, Ramón Cárcano, José Maria
Rosa o Julio Irazusta, entre otros.
Desde sus escritos se plantea un desafío
a la interpretación y rescate de lo que realmente les impactó de su
tiempo y lo que proyectan sobre el mismo desde su condición profesional. No
obstante tienen un innegable valor historiográfico, merecedor de un estudio que
también excede los límites de este trabajo.
Ahora bien, de acuerdo con el tema,
hemos elegido a José María Rosa[3],
Felix Luna[4]
y Tulio Halperin Donghi.[5]
Una ubicación temporal de los autores con respecto al año de 1945, nos permite inicialmente identificar su condición generacional y su nivel de formación alcanzado.
Así, José Maria Rosa había nacido en Buenos Aires el 20 de agosto de 1906, en el seno de una familia patricia, fuertemente vinculada a la tradición roquista. En octubre de
Desde esta posición militante, ejerció el periodismo y se vinculó con los
grupos nacionalistas que apoyaron al
gobierno militar del 4 de junio de 1943. Hasta el 17 de octubre, Rosa estuvo del lado de los nacionalistas que se
enfrentaron a Perón, que encabezaba la
fracción rupturista del GOU, en
relación con la política neutralista
ante el conflicto bélico. La posición de
tales grupos en la dinámica política del
momento los acercaba a los
liberales y comunistas, sus opositores
acérrimos que combatían a los militares
por “nazi fascistas”. Dice Rosa:
“(…) Encontré a
los compañeros caídos de ánimo; yo también lo estaba. Algunos habían tomado la
posición antiperonista; yo les recomendaba esperar a que se desenvolvieran las
cosas. No creía en la sinceridad de ese maridaje con radicales y liberales que
hacia el gobierno, si fuera así no iría muy lejos. Los liberales (de derecha,
de centro, de izquierda: es decir la oligarquía, los radicales, los socialistas
y los comunistas) no podían estar con Perón. Vivian virtualmente en la guerra, y para ellos el gobierno militar
era la “ocupación nazi”, y pronto llegaría la “liberación” por más pasto que
Perón quisiera darles.(…)”[6]
(…)Como
no podía convencer a mis amigos, que publicaban periódicos y volantes contra Perón sumándose inconcientemente a la
oligarquía; ni tampoco defenderlo a Perón porque las puertas del gobierno
estaba estrictamente cerradas a los que nos habíamos denominado “nacionalistas”
(no así los forjistas nacionalistas, ni a los radicales que por obra de
Jauretche, empezaban a descubrir que no todo era nazismo, ni totalitarismo en
lo que decíamos) Me sumergí en el estudio”[7]
Un paso al costado hasta la sacudida del 17. En el ínterin Rosa,
recuerda haber conocido en el Jockey Club,
cuya biblioteca y baños turcos frecuentaba, al embajador Spruille
Braden, ya en plena misión para “acabar con el nazismo”. Cuenta Rosa:
“(…)
Braden era un hombre de estatura mediana, anormalmente adiposo, que hablaba
perfectamente español pues había pasado años en Chile donde tenía una famosa
mina de cobre, y era casado con una chilena. Conversaba hasta por los
codos y con cualquiera. Por descontado
no sabía quien era yo, ni como pensaba, pero al encontrarse a solas con un
socio del Club en el baño de calor, le habló largamente “del peligro de los
nazis” (así llamaba a los nacionalistas, a quienes debía anular, porque en el
mundo no había nada más que dos
patrias:”la democracia y el totalitarismo”; no había fronteras sino ideologías
opuestas. Lo dejé hablar, por supuesto. Esa misma idea la he oído muchas veces
en otras bocas – a veces de argentinos – aunque no se referían a los nazis sino
a otras ideologías”[8]
De la Marcha Por la Libertad y la Constitución, no recuerda haberla
presenciado; supone” que debió ser muy concurrida” por quienes “olvidaban sus viejos agravios” políticos e ideológicos, marchando del brazo “(…) bajo grandes estandartes con las efigies de Rivadavia, Sarmiento, Urquiza, Echeverría. Automóviles conducidos por jóvenes llevaban gente a la concentración con carteles que anunciaban
La movilización de todo el espectro liberal sumado a sus “aliados”
comunistas, agregada a la presión de los medios, los pronunciamientos de las
clases “decentes”[9] y por último, la prisión
de Perón y la posible constitución de un gobierno civil de “notables” de la mano de
“(…)
Y de repente, inesperadamente, el 17 de octubre. (…)Cuando se produjo el 17 de
octubre y empezamos a ver en la avenida de Mayo una multitud de descamisados,
muchos de los cuales habían cruzado el
Riachuelo a nado, nos empezó a volver el
optimismo. ¿Qué era eso? Ese país no existía antes. El país éramos solo
nosotros, de la alta, media o baja clase media. Estaban gritando nuestras
consignas “ Patria sí, colonia no!” No imaginábamos que esa gente pudiera ser nacionalista como
nosotros. Nos entusiasmamos. Recuerdo que,
ya de noche, estábamos un grupo
de nacionalistas y forjistas en Bolívar y Avenida de Mayo, viendo pasar a esa
gente zaparrastrosa que se lavaba los pies en las fuentes de
Félix Luna, había nacido en Buenos Aires, también en el seno de una
familia tradicional de La Rioja, y muy comprometida con la historia local del Radicalismo. Su abuelo había sido fundador de la UCR en La Rioja y él era sobrino de Pelagio Luna, ex vicepresidente de Yrigoyen. Si bien es cierto que Luna solía tomar con bastante humor su genealogía, que entre leyendas y verdades lo proyectaba hasta los tiempos de la conquista española, no es menos cierta la reafirmación continua a su prosapia radical.
De hecho en 1945
con 20 años cumplidos (había nacido el 20 de septiembre de 1925) y en los
comienzos de su carrera universitaria, lo encontramos activamente
militando en las líneas de la Intransigencia
y Renovación surgidas de la
Declaración de Avellaneda, de reciente
gestación.(4 de abril de 1945). En noviembre
se constituiría como Movimiento de
Intransigencia y Renovación con
posturas críticas a las políticas del viejo radicalismo unionista,
a su vez de raíz alvearista. Sin pertenecer al Movimiento pero simpatizando con sus
planteos será esa la misma posición del líder cordobés Amadeo Sabattini. [11]
Era un sector de la juventud
radical, que si bien mantenía su enfrentamiento con el gobierno militar surgido
el 4 de junio, rechazaban la política seguida por Perón y a la de la conducción
del partido que para combatir a lo militares buscaba alianzas con los sectores
mas reaccionarios de
Cuenta Luna.
“(…)
Yrigoyenistas perros: eso éramos. Nuestro Coran era “El pensamiento escrito de
Yrigoyen” de Gabriel del Mazo, y Amadeo Sabattini era nuestro profeta. Nos
fascinaba la limpia trayectoria de Don Hipólito, su intransigencia y su
misterio. El 3 de julio [1945]
fuimos, apenas abrieron la Recoleta, a
rendirle homenaje como si fuera un padre muerto hace unos días; después nos
enteramos que los forjistas de Jauretche y los muchachos del Comité Nacional se
habían trompeado al lado mismo del mausoleo.
Solíamos
andar por
La resistencia al gobierno
militar aumentaba en proporción directa a sus vacilaciones, en
creciente debilidad; ambas cosas aparecían
cada vez más vinculadas con la descarada intervención de Braden
en la política interna. El 29 de agosto de 1945 y al ser designado
Secretario de Estado en su país, Braden fue agasajado con un almuerzo de
despedida en el Plaza Hotel, con la
entusiasta concurrencia del todo
Buenos Aires. En dicho acto Braden pronunció uno de los discursos más
insolentes y lesivos para los que se puede tolerar de un embajador
extranjero.
Pocos días antes, el Gobierno había intentado acercar a miembros civiles nombrando a H. Quijano (radical) como
ministro. No obstante ello, en las
manifestaciones cada vez más agudas no
parecían existir “oficialistas”.
Cuenta Luna:
“(…)No
había peronistas. Al menos no conocíamos ninguno. En la Facultad, en FUBA en
los grupos juveniles del partido era lógico que no los hubiera. Pero es que
tampoco los encontrábamos en otros lados. Y llegamos a convencernos de que no
existían; que ningún argentino ni ebrio ni dormido podía ser tan miserable que
estuviera con la dictadura nazi fascista…(…)
(…)Cuando
íbamos en tranvía nos fijábamos en la solapa de los pasajeros y descubríamos, felices, las moneditas con la efigie de la
Libertad que lucían algunos. Y no podíamos detectar, lo juro, a los que
portaban el “DL-DL” con que se distinguían los adictos a
Hablábamos
de eso en el café frente a la Facultad
(…) Cruzábamos apuestas sobre la caída de la dictadura. ¿En seguida de la Marcha?
¿En un mes? ¿Antes de fin de año?(…)”[13]
Los acontecimientos se precipitaron.
la Libertad” (19 de septiembre de 1945) no provocó la caída del gobierno militar que ya había prometido elecciones para restablecer el sistema constitucional. La Marcha era la demostración clara de lo que sería más tarde
Cuenta Luna:
(…)
Bueno, ahí estaban. Como si hubieran querido mostrar todo su poder, para que
nadie dudara de que realmente existían. Allí estaban por toda la ciudad,
pululaban en grupos que parecían el mismo grupo multiplicado por centenares.
Los
mirábamos desde la vereda, con un sentimiento parecido a la compasión. ¿De
dónde salían?¿Entonces existían? ¿Tantos? ¿Tan diferentes a nosotros?
¿Realmente venían a pié desde esos suburbios cuyos nombres componían una vaga
geografía desconocida, una “terra
incognita” por la que nunca habíamos andado? ¿Sería posible
que los moviese el nombre de ese hombre, el aborrecido, el sonriente
monologuista que hacía apalear estudiantes, metía presos a los jueces, cerraba
diarios, clausuraba universidades? Nos parecía increíble todo eso y las
columnas que marchaban, cada vez más espesas, cada vez más impresionantes en su
frenesí, se nos figuraban por momentos ejércitos de fantasmas, zombis conducidos
por un anónimo comando de hombres con los duros rostros y los precisos
gestos de los nazis de las películas…
Habíamos recorrido todos esos días
los lugares donde se debatían preocupaciones como las nuestras. Nos habíamos
movido en mapa conocido, familiar: la Facultad, la Recoleta en el entierro de
Salmún Feijoo,
Sin embargo no alcanzamos a dudar.
Simplemente pensamos que era una lástima tanta buena gente defendiendo una mala
causa. Piadosamente los contemplamos,
aplastados bajo el rigor de la baja presión. Y después nos fuimos a seguir
recorriendo el mapa de siempre, ahora alterado por cierta extraña soledad..
Recién cuando escuchamos la voz desde la
radio, catapultada por una tormenta de rugidos, nos dimos cuenta de que algo
estaba pasando en el país. Pero como no entendimos que era, exactamente lo que
pasaba, nos quedamos mirando sobradoramente desde
Tulio Halperin
Donghi es el otro historiador que citamos desde sus memorias. Era el más joven
de los tres, aunque de la misma generación de Luna. En aquellos días de octubre de 1945 contaba con 18 años. (Había
nacido el 27 de octubre de l926). Provenía de una familia de origen inmigrante,
de clase media porteña, de docentes comprometidos con los perfiles identitarios
en la tradición del “viejo y glorioso”
Partido Socialista. En 1944 egresaba del Colegio Nacional Buenos Aires y en
1945 iniciaba su carrera universitaria. Según refiere, su opción por la Historia fue en 1947, pero
eso es otro tema.
En el registro de los años 1944 y 45
las memorias de Halperin trasuntan el clima politizado que vivía en su ambiente
familiar y en su vida estudiantil. Sus padres, en tantos docentes del Instituto
Nacional del Profesorado Secundario (actual Instituto Superior del Profesorado
Dr. Joaquin V. González”) vivieron los avatares de la docencia “laica” y “liberal” afectada por la conducción
“nazi-clerical” de la educación.
Cuenta:
“(…)
Cuando ingresé en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, para
cursar en ella la carrera de Química, el entero aparato educativo oficial
estaba emergiendo de la pasada tormenta; mientras mi antiguo colegio había ya
recuperado su nombre, y tanto las víctimas del paso del Dr. Olmedo por el
Consejo Nacional de Educación cuanto los firmantes del manifiesto de octubre de
1943 destituidos entonces de sus cargos
se encontraban nuevamente en posesión de ellos, en la Universidad de
Buenos Aires, del mismo modo que en las restantes de la nación, había comenzado
ya el proceso que debía devolver su gobierno a autoridades elegidas siguiendo
las normas fijadas en sus respectivos estatutos, y muy pronto la derrota
sufrida en la elección de rector por la candidatura de guerra de Bernardo
Houssay, el más ilustre de los profesores sancionados con la cesantía después
de firmar el manifiesto de octubre de
1943, iba a confirmar que – tal como había previsto el Doctor José Arce, cuyo
consejo había decidido al coronel Perón [sic] a arrojar
todo el peso de su influencia a favor de
esa solución del problema universitario- los cuerpos representativos surgidos
de ese proceso aspiraban por encima de todo a mantener relaciones normales con
un gobierno que por su parte, acababa de dar pruebas muy convincentes de que, tras renunciar a sus recientes
veleidades refundacionales, tampoco aspiraba ya a otra cosa. (…)[15]
Un nuevo “clima”
político parecía indicar el comienzo de la retirada del gobierno
“nazi-fascista”; para lo que sugiere Halperin,
no era ajeno a tal situación el desarrollo de la Guerra que anunciaba el “ineludible triunfo” de los aliados. Todas las fuerzas
democráticas parecían seguir el ejemplo de la “Gran Alianza”, superar las
viejas diferencias y aunar esfuerzos para terminar con el brote totalitario en
estas regiones. Relata Halperin:
“(…) No ha de sorprender entonces que al
revelar el régimen militar que don
Antonio Santamarina y la señora Berta Perelstein de Braslavshy se habían puesto
a la cabeza de un complot cuyo objetivo
era arrojar desde un avión previamente
secuestrado con ese propósito miles de volantes
convocando a los porteños a unirse a la resistencia, la inesperada
alianza de ese gran hacendado y caudillo
conservador y la fogueada militante comunista fuera atribuida a la
impresión que estaba causando en aquel
épico avance del Ejército Rojo, que comenzando a orillas del Volga estaba ya
cercano a abrir sobre las ruinas de Berlín
un nuevo capítulo en la historia de la humanidad, más bien que la alarma
que hubiera podido inspirarle el surgimiento de un enemigo doméstico
potencialmente más peligroso que el comunista. (…)”2
La aguda observación
de Halperin, parece más una apreciación del historiador que relata desde su
presente, el pasado, que una impresión
suya contemporánea. No caben dudas que en las inquietudes de Santamarina
pesaba más el estatuto del Peón aprobado poco antes, que las “fogosidades” de Braslavsky, quien por otra parte tampoco
entendió la lógica de tal Estatuto… Se estaba incubando la futura Unión
Democrática.
Participó, como es
obvio, en la “Marcha por la Constitución y la
Libertad” realizada el 19 de setiembre en la que “…en la ceremonia en la que por
centenares de miles juramos derramar
hasta la última gota de nuestra sangre en defensa de la Constitución y la
libertad…” sin advertir en ese
entonces que en dicha ceremonia había
algo de irreal.
En este marco de resistencias
se inscribe la universitaria con las
consiguientes asambleas y tomas de
facultades. En una de ellas participó nuestro historiador; ocurrió en
los primeros días de octubre y en la toma de la Facultad de Ciencias Exactas,
tres días de ocupación y la consiguiente represión policial que los confinó a
todos en las mazmorras en el cuadro quinto de Devoto, que los “compañeros”
comunistas parecieran identificarse con
discursos y canciones de la Guerra Civil
española, y con el famoso “Quinto Regimiento”.
“(…)Cuando
finalmente nos dejaron en libertad descubrimos que la situación se había
hecho en
efecto fluida, y que, tal como lo había anticipado la noche anterior un
rumor carcelario, Perón acababa de renunciar a todos sus cargos en el gobierno.
Pero esas renuncias, que venían a ser el primer efecto importante de la entrada
del conflicto entre el gobierno y la oposición
en su etapa crítica, no habían alcanzado a determinar cuál sería su
desenlace, y el temple reinante en las filas de esta última, por lo que pude percibir
en ese momento, parecía estar caracterizado por el desconcierto , en lo que
probablemente no se diferenciaba demasiado del que había de dominar en las
opuestas (…) pag.159
El 12 de octubre
participó en la concentración
democrática frente al Círculo Militar, para pedir el traspaso del
Gobierno a la Corte. Hubo escasa, (“decepcionante” dice Halperin) asistencia; si, hubo tiroteos posteriores y alguna dama””…que golpeó con su paraguas a uno de los oficiales que había salido a
tomar aire…” Hubo pesimismo por la continuidad del proceso y los rumores de
que los estudiantes serían nuevamente encarcelados. Por ello mucho decidieron
esconderse “en casa de algunos parientes”.
En el ínterin se produjo e el 17 de octubre:
“(…)pero
ya antes del 17 estaba de vuelta en casa, y desde ella vi marchar por Santa Fé,
el 18 algunos rezagados celebrantes de su victoria del día anterior, que lo
hacían con la lentitud esperable de quienes habían dejado atrás una agotadora
jornada de largas caminatas y fuertes emociones. Unos días más tarde el
recrudecimiento del mismo rumor me hizo volver a mi refugio; esta vez solo por
una noche porque en el clima menos alborotado pero no por eso menos optimista
que luego del 17 se instaló en la que
aún gustaba de celebrarse a si misma
como la resistencia los rumores de esa índole encontraban un eco cada
vez más efímero (…)”pag.162.
Es todo lo que
recuerda sobre el 17 de octubre.
Existen muchos
otros testimonios y “memorias” del 17 de Octubre; reflejan el sentir de
“actores y espectadores” del acontecimiento social y político del siglo XX en
el que se inicia un proceso inacabado de transformaciones de la Argentina
liberal tradicionalista, oligárquica y dependiente. Transformaciones aún
pendientes.
El “recuerdo” de
los historiadores citados sirva para rememorarlas…
[1] Fueron recogidas en una breve antología publicada en “Democracia” del 22 de febrero de 1951, en conmemoración
del 24 de febrero de 1946, triunfo de Perón sobre Braden, bajo el título “El amor como la guerra lo hace el criollo
con canciones…”. Reeditadas en “Cancionero de Perón y Eva Perón”, antología publicada por Grupo Editor de Buenos
Aires en 1966 y realizada por Luis Soler Cañas.
[2] MARTINEZ ESTRADA, Ezequiel “¿Qué
es esto? Catilinarias”. Buenos Aires, Lautaro, 1956. pag.32
[3] Los testimonios de José María Rosa estan tomados de Pablo J,
HERNANDEZ.”Conversaciones con José M.
Rosa” Buenos Aires,
Colihue-Hachette,1978. 118-120pp., también “Historia
Argentina” Tomo XIII, 191-193pp.Allí Rosa registra anécdotas y otras
palabras de A Jauretche. También reproducido en MANSON, Enrique, “José Maria Rosa, el historiador del pueblo”,
Buenos Aires, Cicus, 2008,pag.148. [en adelante “Conversaciones”]
[4] Los testimonios de Luna están
tomados de Felix LUNA, “EL 45. Crónica de
un año decisivo”., Buenos Aires, Jorge Alvarez,1969, 397-98 pp. [en
adelante “El 45”]
[5] Los testimonios de Halperin están tomados de Tulio HALPERIN DONGHI “Son memorias” Buenos Aires, Siglo XXI,
2008 .139-163 pp.[ en adelante “Memorias”]
[6] “Conversaciones” pag118
[7] IBIDEM
[8] IBIDEN, pag.119
[9] Repárese en la mención de Rosa al traslado de gente a la Marcha en automóviles. Al parecer la
imagen de los manifestantes motorizados fue creación del diario La Epoca
de Eduardo Colom. Vide
MANSON, op. Cit. Pag.139
[10] “Conversaciones”, pag.120
[11] Integraron el movimiento
jóvenes radicales Yrigoyenistas entre los que sobresalían Moisés Lebensohn,
Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Crisólogo Larralde,Oscar Alende, Rodolfo
Rabanaque Caballero, Arturo Illia, Francisco Rabanal entre otros.
[12] “El
[13] IBIDEM pag. 243.
[14] IBIDEM 397-398pp.[subr.nuestro]
[15] “Son memorias” pag.133
2 IDEM , 141
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