martes, 19 de mayo de 2020

LA HISTORIA FALSIFICADA (*)

LA HISTORIA FALSIFICADA (*)
Prof. Ricardo Boserup. 

En la “Historia Falsificada”, Ernesto Palacio, su autor,  hace alusión a la Resolución adoptada por el Poder Ejecutivo Nacional, ante la visita del Presidente Getulio Vargas (Mayo de 1935), cómo una forma de limar asperezas con el gobierno de Brasil ante viejos conflictos limítrofes y mediante la cual se creaba una “Comisión encargada de revisar los textos usadas en la enseñanza media” [47] La medida buscaba incentivar los vínculos amistosos en tanto “…no se llegue a desfigurar la verdad histórica y a hacer de Ituzaingó un empate riguroso”.  (ibíd.)
De allí el autor da a entender que es obra del Estado, a través de la Escuela, quién debe preocuparse y responsabilizarse en la enseñanza y la formación de futuras generaciones. Auspicia el cambio de los métodos de enseñanza de la historia argentina, en especial de la escuela primaria en la que se ha corrompido la inteligencia de los niños…” con errores que perturbaran su juicio toda la vida”. (48).
Palacio hacer un recorrido en cuanto a cómo la historia ha influenciado en la moral y la formación intelectual de los niños y jóvenes a lo largo de diversas civilizaciones antiguas en las que aquellos historiadores a través de sus narraciones, otorgaron particular importancia a la enseñanza de la historia.
En dicho sentido pone énfasis en lo referente, al momento de escribir esta obra, en hacer hincapié en la forma de establecer una tradición nacional homogénea, ante la oleada de corrientes inmigratorias llegada al país (antes y después de la formación del Estado Nación), por lo que debe contarse con una educación que supla la multiplicidad de las tradiciones familiares.
Las condiciones culturales y de conocimiento de sus propias historias, son en general, comunes a todas las naciones que han transitado por generaciones los pueblos y que se han transmitido durante siglos en forma solidaria desde valores que solidifican vínculos inseparables e indestructibles. Ese sentir, dice Palacios, se encuentra ausente en los escritos, salvo en “ciertos núcleos de largo arraigo a la tierra”.
Ante dicho panorama, Palacio sugiere ir por “… una comunión espiritual en una idea nacional, que absorba, transforme y convierta en bien colectivo las diferencias originarias”. Aquí es cuando le otorga a la historia la relevancia para llevar adelante esa unidad con el objeto de otorgar a futuro, el sentido de una “misión argentina específica en el mundo y que comprometa en su cumplimiento a todos los nacidos en nuestro suelo”. (50)
A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, cuya población se encuentra bajo el amparo de un universo cultural semejante, el autor alude a la obligación de enseñar la historia desde temprana edad, limitando los sucesos acontecidos al “relato apologético”, ya que los niños no se encuentran en situación de entender las causas políticas que los determinan; no así con los adolescentes, razón por la que propicia el debate para la enseñanza media, etapa en la que éstos ya pueden analizar la exposición del docente.
Como consecuencia de intereses particulares se ha enseñado la historia a los mayores desde “resúmenes caricaturescos”, donde se han soslayado los desarrollos (procesos) de carácter político, quedando al descubierto los “errores grotescos y falsificaciones groseras”.  
A partir de aquí, hace referencia a una variada argumentación por la que cuestiona la enseñanza de la historia argentina en los textos escolares. Hace mención a cómo la conquista española ha sido expuesta como una empresa de explotación y la Revolución de Mayo como una “reacción contra la tiranía intolerable, con la cual se estimula la solidaridad de los niños para con los indios y el desapego hacia nuestros heroicos y auténticos antepasados”. (51)
Esta versión, según Palacio, produjo el “atraso” de la colonia dado el carácter religioso de la educación, en tanto se ha reivindicado las desdichadas reformas eclesiásticas de la Asamblea del Año XIII. En todos los textos se ha ponderado, para la visión del autor, la anarquía producto del caudillismo en forma sectaria sin dar a lugar a las posibles revocaciones y discutidas acusaciones realizadas a tales protagonistas de la historia.                                                                      
Por ello, las falsas nociones de un conocimiento en la formación intelectual durante la enseñanza de la historia será de extrema fragilidad e “incapaz de resistir a la prueba de la realidad”, surgiendo así la falsificación de la conciencia de sus orígenes, por lo que el futuro ciudadano carecerá de elementos que respalden una cultura fusionada en la sociedad, siendo que sólo podrá lograrlo aquel que lo haga mediante su propia iniciativa.
La propuesta emergente del pensamiento de Ernesto Palacio, estaba dirigida a realizar las reformas educativas en las que se puedan rever los vínculos “filiales” con la España colonial., dando a entender que éstas debían ser expuestas como una continuidad de su historia en América y no cómo un acto reaccionario, de este modo se podría legitimar la acción de los “…conquistadores y colonizadores y la lección moral derivada de sus hazañas que serán recordadas con entusiasmo patriótico, cómo historia nuestra, que son…(…)… Y se vería con ello, sin duda, en un resurgimiento vigoroso del espíritu argentino” (52)

LA HISTORIA OFICIAL:

En este capítulo, Ernesto Palacio analiza los pormenores que hacen al desinterés de los alumnos con respecto al aprendizaje de la historia.  Parte de la premisa en la que existe cierta apatía ante quienes dictan la materia, y que han apelado al patriotismo, destacando las virtudes de Rivadavia o Sarmiento, refiriéndose a la utilización de metodologías exóticas, como así también al origen inmigrante de gran parte del estudiantado y el consecuente aplazamiento (represivo) del alumnado, cuestionándolo, dado que no soluciona el problema, sino que lo agrava.
Insiste en que la indiferencia de quienes se encuentra próximo al final de su escuela media (4° año), no está ligada a una concepción xenófoba ni a la falta de “patriotismo”, ya que, por el contrario, éstos se hallan expectantes por obtener información que los vincule a los intereses generales y particulares, como ser el comercio exterior.
 Pone en duda Palacio los contenidos en los textos escolares como del dictado de los mismos por parte de los profesores, cuando expresan un “… acento españolista, los motivos de exaltación que ofrecen nuestros manuales son la Asamblea del Año XIII con sus reformas ¡liberales ¡el gobierno de Martín Rodríguez, la Asociación de Mayo ¡tan intelectual ¡las campañas “libertadoras” de Lavalle; Caseros y la gloriosa coronación: las Presidencias de Sarmiento y Avellaneda” …
Desestima con ironía, el carácter pacifista de sucesivos gobiernos y de cómo fueron volcados en los libros el papel belicoso de diversas etapas, soslayando los verdaderos motivos de conflictos para endilgar culpas a los “barbaros” como Artigas. Argumentos que, a la hora de escribir esta obra…” han perdido eficacia”, dado que no estimulan la enseñanza ya que nada dicen de los “actuales problemas”.
Advierte el autor, con un dejo de signo necrológico, sobre la suerte que a futuro correría la obra de Ricardo Levene,escrita para servir propósitos políticos ya perimidos, huele a cosa muerta”. El desencanto por estudiar la historia se vincula con el empeño por enseñar dogmas ya inaceptables, lo que provocara que nadie sepa historia, “ni la verdadera ni la oficial” ... Toda lección se ha dado bajo el halo del misticismo, dice Palacio, por parte de, incluso, profesionales de otras disciplinas.
Entre otros motivos, hace mención a ciertas causas que generaron la versión oficial de la historia, y postula aquello de que la misma sigue siendo tributaria de la escrita por los vencedores de Caseros.                      Una historia que parecía estar escrita sin conflictos, encaminada hacía “la felicidad universal (…) en la que la Revolución Industrial, el capitalismo, la lucha de clases…no aparecen” (40) no planteaban debates ni cuestionamientos a lo establecido en las obras de Mitre (Bartolomé) y López (Vicente Fidel) y que según a su entender, Levene (Ricardo), le otorgaba continuidad.

La “Historia Oficial”, fuel el “antecedente y la justificación de la acción política de nuestras oligarquías gobernantes”, asevera Palacios, poniendo énfasis en que ha sido una historia escrita para servir a los intereses partidarios de quienes impulsaron la “civilización” soslayando el destino de un país independiente, con la intención de someterlo a los designios de Europa, con la ambición de ser “ricos”, es decir ser “una colonia próspera”. 
Es dónde se inicia un camino de dependencia cultural, infiere Palacio, una dependencia comercial, política y económica, razón por la que nuestra historia no será enseñada proveyendo de estas disquisiciones, sino por el contrario, la escuela, las Universidades darán a conocer “…que el capital es intangible y que el Estado (sobre todo, el argentino), esmal administrador”. (41)

Así fue como se alteró la moral de la política, falsificando los hechos históricos. Para los hacedores de la Nación, ciertos héroes eran el resabio de la “barbarie”, el “libre comercio”, ponderado por sobre la independencia con el extranjero, El caudillo de lanza – representativo de la barbarie -  devastado frente “al prócer de levita”.
 La coyuntura en la que Palacio nos describe estos pormenores, se daba ante  un renacer natural de los estudios históricos en dónde, por ejemplo, se promoviera la figura de Rosas, representante de la autonomía nacional, quien “… tenía razón, y que las soluciones de nuestro futuro se encontrarán en los principios que defendió hasta el heroísmo, y no en los principios de sus adversarios, que nos han traído al pantano de la moral en que hoy estamos hundidos hasta el eje”. (42)
Es cuando Palacio toma partido por aquellos intelectuales que reivindicaron por entonces al “Restaurador de las Leyes”. Fueron Saldías, Quesada, Ibarguren (y otros) que sacaron a la luz la apropiación de una historia sesgada por los “unitarios”. Resalta la obra de Julio Irazusta (Ensayo sobre Rosas (Ed.Tor 1936) en la que se advierte la defensa de la República…” en forma desigual y heroica y que terminó con un triunfo para la Patria”, (Vuelta de Obligado). Se refiere a la presión externa ejercida por los aliados de grandes potencias extranjeras que por más de veinte años presionaron hasta terminar con el gobierno de Rosas “... cuando ya había, una nación argentina”.
Culminando, se reproduce el párrafo con el que Ernesto Palacio define su posicionamiento en cuanto a los objetivos que debe tener, la visión de la historia dentro de un sistema educativo con miras a generar la conciencia nacional. “No hay patria sin historia, que es la conciencia del propio ser. No hay nacionalidad sin una idea siquiera aproximada y confusa, sobre su vocación y su destino. , (…), también la historia – experiencia colectiva al fin – exige un análogo proceso mental. Es decir, que debe rehacerse continuamente en la medida que lo requieran la necesidad actual de la comunidad. Porque ello no es un simple relato de hechos (¡que historiador podría jactarse de haber sacado a luz el infinito número de causas y consecuencias de cada uno de los momentos de la vida de un pueblo?). Sino, como ya he dicho, una conciencia, en la cual la función de la memoria consiste en retener lo que nos es útil. La historia ha de ser viviente, estimulante, ejemplarizadora, o no servirá para nada” (14/15)
 
En definitiva, el pensamiento de Ernesto Palacio, contribuyó a la formación de la Conciencia y de la Identidad Nacional, durante el transcurso de un período político atravesado por la denominada “Década Infame”, aportando desde esta obra una revisión a la historia plasmada desde el “academicismo” oficialista, poseedor de la “verdad histórica”. Palabras que no han perdido vigencia ante la andanada de visiones “globalizadoras” de aquellos que inducen mirar hacia afuera, cómo un camino a seguir para darle continuidad a un progreso en el que sólo se ha  de beneficiar un sólo sector: La Oligarquía y sus aliados políticos de turno.  

(*)
Palacio, Ernesto. “La Historia Falsificada. Editorial Peña Lillo. Buenos Aires. 1960

Prof. Ricardo Boserup. 

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