Patria e identidad en
las fiestas
Teresa Eggers-Brass
La sentencia “El 25 de mayo de 1810 nació la Patria” está
totalmente naturalizada
en la población argentina.[1] Sin embargo, concita
sonrisas de desdén entre muchos historiadores académicos.
Tiene sentido preguntarse ¿qué es la Patria? ¿En qué estamos
pensando cuando hablamos de Patria, y qué idea se tenía en 1810 sobre lo que
era o lo que querían los revolucionarios que fuera la Patria?
Si vamos a las fuentes, o sea, al Plan de las Operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias
Unidas del Río de la Plata
debe poner en práctica para consolidar
la grande obra de nuestra libertad e independencia, se habla del
“sacudimiento de una nación”, de las medidas “más conducentes para la salvación
de la Patria ”,
del “emprendimiento de la obra de nuestra libertad”. Este Plan de Operaciones,
proyecto de Manuel Belgrano, aprobado por toda la Junta el 18 de julio de 1810
y escrito por Mariano Moreno, muestra bien a las claras que el nacimiento de la Patria fue el 25 de mayo de
1810. En el desarrollo del Plan, Moreno lo precisa, y diferencia a la Revolución de los proyectos
anteriores: “aunque algunos años antes de la instalación del nuevo gobierno se
pensó, se habló, y se hicieron algunas combinaciones para realizar la obra de
nuestra independencia ¿diremos que fueron medios capaces y suficientes para
realizar la obra de la independencia del Sud [...]?”
El historiador Tulio Halperín Donghi, hace algunas décadas, aseveraba:
“La independencia va a significar la identificación de la causa
revolucionaria con la de la nación, nacida ya de un curso de hechos que (...)
es irreversible”.
Con esto, afirmaba que la nación había surgido con el irreversible
curso de hechos iniciado con la
Revolución de Mayo.
Como bien afirma Benedict Anderson, la nación es una construcción
colectiva.[2] Esa creación estaba en sus
primeros pasos en 1810, cuando todavía no se podía asegurar cuáles de los
territorios integrantes del Virreinato del Río de la Plata se iban a plegar al
proyecto, o quedarían bajo la dominación de Buenos Aires.
Si bien nuestro país recién en 1816 proclama la independencia como
Estado, quienes integraron la
Primera Junta de Gobierno Patrio estaban conscientes de su
papel fundador de una nueva nación. No lo podían exteriorizar por una cuestión
de conveniencia política, por lo que cuidaron en los documentos oficiales de
mencionarlo. Pero se ocuparon de instalar en la conciencia ciudadana la
importancia del acontecimiento, mediante los festejos de llamaban Argentina, pero la palabra aparece en
El nombre del “Río de la
Plata ” tuvo origen debido a la existencia de las minas de
plata del cerro de Potosí, en el Alto Perú. La explotación infrahumana por
parte de los conquistadores llevó al estallido de la gran rebelión indígena de
Túpac Amaru (1780-1781). Los criollos no lo ignoraban, y quienes estudiaron en la Universidad de
Chuquisaca, como Mariano Moreno y Juan José Castelli, eran sensibles al tema. La
tesis doctoral del futuro Secretario de la Primera Junta fue la Disertación Jurídica sobre el servicio personal de los indios. Castelli festejó el
primer aniversario de la
Revolución de Mayo en Tiahuanaco, con los caciques indios, y
rindió homenaje a los antiguos Incas. Por cierto, estas acciones no le jugaron
a favor dentro de la aristocracia altoperuana, máxime conociendo la gran
represión militar que tuvo lugar con el levantamiento indígena y con las
rebeliones criollas de 1809. Pero para los patriotas, el Imperio Incaico era el
pasado de grandeza previo a la conquista española que se quería evocar dentro
de la nueva historia patria. La Marcha Patriótica con letra de Vicente López y
Planes, aprobada por la
Asamblea Soberana de 1813 tres años antes de la declaración
de independencia, era uno de los instrumentos para forjar la identidad patria:
“Se levanta
a la faz de la tierra
una nueva y gloriosa Nación”
“Se
conmueven del Inca las tumbas
Y en
sus huesos revive el ardor,
Lo
que ve renovado a sus hijos
De la Patria el antiguo
esplendor.”
El Congreso de Tucumán, cuando declaró la independencia, afirmó
que nos investimos “del alto carácter de una nación libre e independiente”. Y la propuesta de Belgrano para la
forma de gobierno fue aceptada por mayoría, aunque no se implementó: una
monarquía coronando a un descendiente de la dinastía incaica, limitando su
poder por medio de una constitución. Su propósito era lograr la aceptación de
todos los que se sentían más identificados con el imperio incaico que con la
dominación española: es decir, los indios y mestizos del Perú y Alto Perú. San
Martín y Güemes le dieron su apoyo.
Así, la identidad entre la nueva Nación y la antigua Patria de los
Incas, es algo que se intenta establecer en los albores, pero que se pierde
cuando se corta desde Buenos Aires el auxilio a las expediciones libertadoras
en 1819.
En la
Declaración de 1816, el concepto “nación” tiene un
significado similar a “Estado”. Pero ese Estado se fundaba, de hecho, en apenas
algunos atributos: con la declaración de la independencia se reclamaba el
reconocimiento externo de su soberanía política; no se tenía el control de todo
el territorio que se suponía lo integraría, e incluso el nombre que iba a
adoptar siguió estando en discusión muchos años más. Tenemos que tener en
cuenta que, en ese momento, todo estaba por hacerse.
Muchos fueron los proyectos de Patria que tuvieron quienes
lucharon por ella. Hacia el Centenario, había triunfado el de la oligarquía
terrateniente. Pese a que hubo voces discordantes entre quienes la consolidaron
a partir de 1860, se fue imponiendo el modelo agroexportador con la propiedad
de las tierras concentrada en pocas manos. Había que instalar el modelo de
Nación que querían los nuevos “fundadores”. Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista
Alberdi, Vicente Fidel López, y finalmente en forma exitosa Bartolomé Mitre
(porque lo hizo multiplicándose como militar, gobernante, periodista, político
e historiador), buscaron en el pasado los héroes que integraron el Panteón nacional.[3] La construcción de una
historia sin fisuras acorde con la ideología dominante, a transmitir en las
escuelas que había que multiplicar para uniformar mentalidades, y las
conmemoraciones oficiales y escolares, debían consolidar la Nación.
La transformación del país para la integración en el mercado
mundial, a través de la división internacional del trabajo trajo consecuencias
contradictorias con el objetivo de las élites. La inmigración había sido convocada
como recurso humano para ese proyecto, pero entre los inmigrantes europeos llegaron
militantes socialistas, anarquistas o sindicalistas, disconformes con la
situación de explotación del trabajador.
Los aristócratas más antiguos y los nuevos oligarcas, considerando
a su estirpe como propia de “los Fundadores de la Patria ”, se mostraban
orgullosos en los actos del Centenario ante los visitantes ilustres extranjeros
que venían a conocer la París
de América, mientras reprimían duramente a los nuevos trabajadores que se
agremiaban. El historiador Juan Álvarez[4] consideraba “prudente” al Presidente
Roca cuando, en su mensaje de 1904, afirmaba que la mano de obra de este “vasto
campo de producción industrial” (¡la República Argentina !),
procuraba obtener las mismas ventajas concedidas por otros Estados, y que los
estadistas debían adelantarse a las crisis violentas. Sin embargo, esta
“prudencia” de las élites dirigentes no procuró la solución pacífica de los
conflictos sino el sometimiento por la fuerza, con los instrumentos brindados
por las leyes de Residencia (1902) y de Seguridad Social (1910).
El historiador Álvarez, como hombre del Centenario, transmitía la
inquietud por el futuro de la
República : “flota en el
ambiente la idea de que convendría robustecer
la cohesión de nuestra nacionalidad”. Para ello era importante escribir la
historia argentina investigando las causas profundas, no como se solía hacer “con
marcada tendencia a explicar los hechos como único resultado de la acción de
ciertas personas, dotadas de actitudes excepcionales, que manejaban o conducían
a las demás”. Y criticaba la superficialidad del fervor festivo de sus
contemporáneos: “convendría averiguar si es tal nuestro grado de perfección,
que la práctica del patriotismo deba reducirse a venerar la bandera y oír con
respetuoso recogimiento las notas graves del Himno”. La preocupación se
originaba porque la
Argentina recibía “con aplauso la llegada de nuevos
cargamentos de hombres incultos” y su influencia se ejercía sobre nosotros:
“Antes de que adquiera alguna orientación peligrosa, es prudente procurar que la República se encuentre
organizada sobre bases sólidas, porque en cualquier momento, esas masas,
ignorantes de nuestra historia y ajenas a la sangre que ha caído para cimentar
las actuales instituciones argentinas, pueden complicar extraordinariamente con
su analfabetismo y su pobreza, las soluciones pacíficas que aún estamos en
tiempo de realizar”.
Frente a la realidad del inmigrante indócil que le hacía añorar a
Miguel Cané la época de la esclavitud, la oligarquía inventó el mito del gaucho
vestido como estanciero, inocente, bravo y trabajador, descendiente de
españoles y curtido en la lucha contra el indio, que pasó a ser prototipo de la
argentinidad. Para cimentarlo, en 1917 se estableció que el 12 de octubre
(conmemoración del arribo de Colón al Nuevo Continente) sería el Día de la Raza. De la raza
hispánica, sin lugar a dudas, en contra de la inmigración no deseada. Recién a
mediados del siglo XX, cuando se conquistan los derechos de los trabajadores (y
en ese término están incluidos los inmigrantes de todas las latitudes, los
migrantes internos y los peones rurales) se comenzó a hablar del “crisol de
razas”.
El concepto de “crisol de razas”, el lugar donde se funden los
metales de diferentes colores y tipos, pasó a ser durante mucho tiempo el
símbolo de la argentinidad: un lugar donde todos éramos iguales, y donde se
reconocía al argentino como morocho. En este momento sabemos que, más allá de
la creencia común de que “los argentinos descendemos de los barcos”, existe un
mestizaje mucho mayor que el declarado históricamente. Estudios de marcadores
genéticos que contribuyen a identificar grupos étnicos (realizados por la Facultad de Farmacia y
Bioquímica de la UBA )
mostraron que sobre 12.000 muestras al azar, en la mayoría de las regiones del
país más del 50% de la población tiene al menos un antepasado indígena y menos
del 40% exhibe ambos linajes no amerindios, pudiendo ser europeo, asiático o
africano.[5] Actualmente se reconoce al
“crisol de razas” como un mito, ya que en la Argentina hay diversidad
de pueblos y culturas. Los derechos de las minorías fueron y siguen siendo
ninguneados, por lo que antes de las celebraciones del Bicentenario llegó a la Plaza de Mayo la
movilización indígena más importante de la historia argentina, impulsada por organizaciones
de pueblos originarios (mapuches, diaguitas, kollas y otros), en reclamo de
tierras y políticas ambientales serias.
La celebración por antonomasia de la última dictadura militar
(1976-1983), fue la del Centenario de la Conquista del Desierto. La identificación del
gobierno militar con el proyecto agroexportador de la Generación del 80 se
hizo evidente. Más sutiles fueron, en cambio, las labores historiográficas para
demostrar que nuestra Nación se había consolidado en esa época (1860-1880). En
la década del ’90, el historiador José Carlos Chiaramonte sostiene en El mito de los orígenes en la historiografía
latinoamericana,[6]
que no es conveniente hablar de “nación” en 1810, ya que el concepto de
“nacionalidad” era inexistente hasta la difusión del Romanticismo, a partir de
1830. Sí en cambio que sería correcto hablar de la emergencia, gracias al
proceso independentista, de la ciudad soberana, sucedida luego por el Estado
provincial, paralelamente a las fracasadas tentativas de organización de un Estado
nacional rioplatense. Señala que el sentimiento fuerte de identidad en las
guerras por la independencia era el americano en primer lugar, el provincial o
local en un segundo puesto, y después de éste, la percepción de que eran
“argentinos” o más comúnmente “rioplatenses” por hallarse dentro de los
territorios dominados por Buenos Aires. Chiaramonte critica a quienes hablan
del “proceso de organización nacional”, porque suponen que la “nación” está al
comienzo del recorrido, y lo que sigue es una historia donde los caudillos son
los que se resisten anárquicamente al logro de esa organización, u otra en
donde su lucha es meritoria, en pro de ese objetivo. En cambio, se debe
analizar el surgimiento de distintas formas de estados, con diferentes delimitaciones
espaciales que, aunque transitorios, no por ello son menos importantes para la
historia del período posterior a la independencia. La formación del Estado
nacional argentino comienza tras la batalla de Pavón (1861) y se consolida en
1880.
Tras el meticuloso análisis de Chiaramonte, muchos investigadores
abrevaron de sus escritos. Las conclusiones que extrajeron algunos (producto de
lecturas parciales) se hicieron en tiempos en que la destrucción del Estado era
un métier no sólo de las grandes
empresas transnacionales y de los organismos financieros internacionales, sino también
del mismo Gobierno argentino, amparado por la doctrina neoliberal. Se
constituyeron, de este modo, en intelectuales orgánicos a ese sistema, consultados
frecuentemente en diarios como Clarín o La Nación. Expresaban
que el nacionalismo de quienes le dieron el perfil a la Argentina Moderna
era “sano”, y aceptaban que el Padre de la Historia Argentina
(Bartolomé Mitre) tuvo razones valederas para iniciar y avalar esta narración:
era necesario crear una historia con muchos años atrás para parecernos a los
recientemente fundados Estados Nacionales europeos. Pero, según estos
pensadores, continuar difundiendo el “mito” del nacimiento de la Patria en 1810 era
negativo, ya que daba fundamentos a los fanatismos nacionalistas que tanto daño
le habrían hecho al país durante el siglo XX. En un trabajo conjunto, estos
investigadores expresaron: “Suponíamos que en ambos estados [Argentina y Chile]
las ideas nacionalistas, que en el siglo XIX coadyuvaron a su organización y a
la constitución de las identidades nacionales, se fueron orientando a lo largo
del siglo XX en un sentido exclusivista, reaccionario y autoritario en lo
interior y chauvinista en lo exterior”.[7] Al hermanar el concepto de
nacionalismo con el de autoritarismo, chauvinismo, exclusivismo, en fin, con la
intolerancia, le daban un empujón a la debilitada idea de nación, desarmada ya
por la política económica neoliberal. Y, lo que es peor, le cedían el concepto
de nacionalismo en calidad de exclusividad a los militaristas y
tradicionalistas sectarios, a la derecha más reaccionaria.
El Bicentenario de la Revolución de Mayo se celebró alegre y
masivamente, como las fiestas mayas de los primeros tiempos patrios. En ese
momento, el peligro del último cuarto del siglo XX pareció conjurado. Sin
embargo, en el acto por el Bicentenario de la Independencia, en una muestra de
sentir profundo de espíritu de coloniaje, se invitó como huésped de honor al
Rey de España. Se hizo presente el rey emérito Juan Carlos I (entonces salpicado
por escándalos como la caza de elefantes en Botsuana y actualmente por graves
hechos de corrupción), a quien emotivamente, el entonces presidente Mauricio Macri
le dijo que nuestros patriotas “claramente deberían tener angustia, querido
rey, de separarse de España”. Evidentemente, no todos los actores políticos de
1816 estaban de acuerdo en separarse de España y menos, “de toda otra
dominación extranjera”, pero gracias a que triunfó la voluntad de los
independentistas, se pudo y se puede seguir construyendo la Nación.
[1] Los
historiadores argentinos del siglo XIX y la mayor parte de los del siglo XX
–algunos influidos por el concepto romántico de nación y muchos por la
necesidad de consolidar el sentimiento nacional– sostuvieron que la nación
argentina surge en 1810 con la
Revolución de Mayo, y los orígenes de la identidad argentina
se vislumbran en 1806 con las invasiones inglesas, o en 1776 con la creación
del Virreinato del Río de la
Plata , o con el gobierno de Hernandarias y la creación de la
gobernación del Río de la Plata
(1597), o con la primera (1536) o segunda fundación de Buenos Aires (1580), o
con el descubrimiento del Río de la
Plata (1516), o con los primeros asentamientos indígenas en
nuestro territorio (entre 10.000 y 13.000 a .C.).
[2] Según
Benedict Anderson (Comunidades imaginadas,
FCE, 1993), “la nación es una comunidad políticamente imaginada como
inherentemente limitada y soberana”. Los miembros de una nación, aunque no se
conozcan todos entre sí, se imaginan participando en el mismo sentimiento, se
sienten compatriotas, y se consideran en cierto modo diferentes a los de otros
países. Se imaginan soberanos porque, desde el siglo XVIII, “Nación” es el
pueblo con vocación de ser libre, de ejercer su poder de decisión, resguardada
por un Estado soberano. Finalmente, dice Anderson, se imagina como comunidad
porque, “independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto
puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un
compañerismo profundo, horizontal”, que hace que nos sintamos hermanados los
que nacemos en el mismo territorio. En ese sentido, el nacionalismo es un
sentimiento de unión, un nexo o lazo entre la gente.
[3] León
Pomer (1994): “La construcción de los héroes”, Des-memoria, Re-vista de Historia, Nº 5, Buenos Aires.
[4] Juan
Álvarez (1912; 1984): Las guerras civiles
argentinas, Eudeba.
[5] http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD9/contenidos/sobre/pon3/index.html
[6]
Publicado por el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani” (Buenos Aires) en 1991. Continuó con la temática en los libros Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina
(1800-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997, y Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de la
independencia, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
[7] Luis Alberto Romero (coord.), Néstor Cohen, Luciano de
Privitellio, Silvina Quintero, Hilda Sábato, en "Educación e identidad
nacional: La visión de Chile en el sistema escolar argentino (1940-1995)”,
1998.
Muy Bueno Teresa! Valiosa la observación acerca de la "destrucción" del estado por políticas neoliberales, requería "diluir" científicamente la idea de "Nación". No es que no la entendieran...el cipayismo es endémico en ciertos cenáculos intelectuales.
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